adecuación del material a la obra

U
na de las funcionalidades del hogar es la de crear un espacio físico en el que reencontrarnos en la búsqueda de intimidad. En este caso, las propiedades de translucidez del hielo hacen que ese sentido de lo íntimo pierda sus facultades para mostrarse ante el exterior. Hablamos de la pérdida de intimidad ante el exterior pero centrándonos en el interior del hogar: la convivencia y las relaciones humanas se suceden dentro de la casa-hogar y su alteración y no funcionamiento hacen que los muros se transparenten y pierdan uno de sus sentidos: ocultar y albergar lo íntimo, lo cálido y apacible, que nos lleva a exponer otra de las cuestiones de las que nos encargamos. Como mencionamos al principio de los párrafos que se incluyen en este desarrollo conceptual, el hogar es el lugar que nos ofrece intimidad y calor humano o familiar. Este aspecto de calidez se pierde al ofrecer, como material constituyente de la obra el hielo.

Una de las cualidades físicas de la materia es la trasformación temporal de estado, en sólido, líquido y gaseoso. En este caso el hielo al derretirse en condiciones ambientales determinadas y tras un periodo de tiempo determinado, se trasforma en agua y tras de sí, interviniendo los mismos factores de temporalidad y ambiente, se convertirá en vapor. Lo que pretendemos explicar es que el factor tiempo es determinante en el sentido de nuestro proyecto. La construcción de una casa-hogar, comúnmente aceptada, debe ser duradera y sólida, fiable y robusta, para dar sensación de seguridad y protección. Las propiedades del hielo son contrarias a esta concepción de hogar, puesto que el carácter efímero de conservación del hielo hace que la estructura de la casa-hogar se pierda y el sentido de solidez y seguridad vaya tras de sí. Intentamos evocar que la concepción del hogar, es este caso es efímera, fiable en su inicio, pero perecedera casi en su inmediatez, aunque paulatinamente en su deshielo. Lo que antes estaba construido de un modo sólido, apacible, consolidado y con forma, poco a poco se destruye y se pierde para convertirse en todo lo contrario, desorden, caos e inestabilidad. Lo sólido se vuelve líquido y el hogar se convierte en no hogar.


Puertas, ventanas, sillas, mesas y camas “habitan” el espacio aportándole cierto grado habitabilidad al espacio construido. Interactúan con el hielo a modo de elemento perdurable creando la relación efímero-perpetuo.
Los muebles funcionan conceptualmente como el rastro de la concepción anterior de hogar, cuando se encuentran ordenados, y la concepción actual de no hogar al desordenarse y caer al suelo. Todo el conjunto y el sentido del mismo entra en un juego de relaciones de dualidad, entre presencia-ausencia, que a su vez se corresponden con las de hogar-no hogar y efímero-perdurable.
En este caso, la ausencia evidencia la presencia y viceversa. Pero la ausencia del hogar no es total, en tanto y en cuanto deja ininterrumpidamente la huella de su paso, la demostración de que ha estado ahí y ya no.
En ocasiones, no valoramos algo hasta que no somos conscientes de que lo hemos perdido y nos conformamos con aprovechar la huella que nos queda de ello. El rastro dejado por el agua y el desorden del mobiliario, en este caso demuestra la verosimilitud de que algo ha estado presente y que de igual modo es ausente. Es el testimonio de la trasformación del hogar en no hogar.
Creamos un desconcierto al no saber si lo que ha sido puede seguir estando aún sin su presencia, si llegó a ser hogar o si nunca llegó a serlo aún creyendo que así lo fuera y aún así, se ha perdido. Pero, ¿realmente se ha perdido? o, ¿queda aún algo? Esta es la incertidumbre de la presencia física y la presencia espectral, la huella que queda de algo pasado, el rastro.